lunes, 7 de mayo de 2012

1962-2012, 50 AÑOS DE HERMANDAD (3)

Verdaderamente el Blog del Cronista está al servicio de los ciudadanos de Castilleja del Campo, pero al servicio en pluralidad por y para el pueblo, en ningún momento como medio personal donde unos y otros con sus escritos utilicen  este medio como la sección  “cartas al director”. Y lo digo ante el artículo que vamos a publicar, al que más de uno tachará de personal y oportunista.
El Cronista considera este artículo como un reportaje periodístico y monográfico que, aunque está redactado en primera persona, no tiene más ambición personal que la suerte de las vivencias del autor en los últimos 50 años de nuestras fiestas Patronales. Esto por un lado, en el otro está su cargo. Miguel Ángel en la actualidad, junto a otras personas, es el responsable directo de una agrupación religiosa que tiene registrados en su nómina de inscritos a más de 470 personas. ¿Como negarle esta ventana a la persona que representa, en su agrupación, al 75% de los vecinos y vecinas de Castilleja del Campo?    

Artículo de Miguel Ángel Rodríguez Luque para “El Cronista”
1962-2012 MEDIO SIGLO DE MI FIESTA
La primavera de 1962 abrió la puerta a un verano caluroso de noches llenas de grupos de personas que se reunían al fresco para hacer una artesanía de papel única e irrepetible, efímera y fugaz. Me han hablado de madrugadas repletas de cohetes entre el Prao y la Cruz, de un alboroto loco  e impaciente que no tenía espera después de tantos años de trabajo y dedicación para lograr la dicha que estaba al alcance de la mano.   ¡Y llegó! Llegó cuando Ella y Él se asomaron a la plaza  aquella noche de agosto después de largos años de ausencia sin pisarla. Y, cuando todo el pueblo se disponía a gozarlos en la noche más esperada, yo estaba a punto de cumplir los 5 meses.
            Ahora, después de cincuenta años, Ella y Él se preparan para pisar la calle de nuevo, pero de una forma muy especial esta vez. Salen a nuestro encuentro, para visitar cada rincón de Castilleja del Campo después de medio siglo de aquella ocasión tan recordada. Quieren hacerse más cercanos y asequibles, si cabe. Nos vienen a decir  “salimos a vuestras casas para recordaros que estamos con vosotros, que estáis en nuestros corazones, día a día, mes a mes, año tras año, con vuestros problemas cotidianos, con los buenos y malos momentos, con los sentimientos más íntimos que llegan a nosotros en forma de oraciones sinceras”. Cincuenta años de “LA FIESTA” con mayúscula en nuestro pueblo, manteniendo a duras penas nuestra propia identidad pese al paso del tiempo y a esta maldita globalización que no respeta individualidades. Tantos años como formas de vivirla y sentirla. Con esta Fiesta he vivido desde que nací y con ella me he hecho mayor. Tantos momentos y fogonazos que acuden a mi memoria y que pintan un cuadro de vivencias, emociones, lugares, personas, etc. que siempre estarán conmigo.
            Tantas fiestas en una sola: fiestas de novenas y triduos, de Don Felipe y de los que vinieron detrás, de coros y sevillanas, de noches de vestir las calles que terminaban al alba, sin peñas ni reuniones, de todos a una, de arcos y capillas, del arco del Mauri y el del Boquerón, de cantar hasta perder la voz, de romerías en Genís con aquel olor profundo a eucalipto, de caballos y charrets, de carros de madera, de remolques con cañas del arroyo, de merienda de melón y queso, del Chico Leocadio anunciando la gloria con sus cohetes, tras de él la inmensidad del  tamboril por la delantera de los romeros. De  Luardito con banda de cornetas incluida dentro de un camión, de tómbola de madera y paño rojo, del bar de la velá con sombrajo de eucaliptos, del bar de Andrés de la plaza de la Iglesia y de las carreras de cintas en la calle de Dulce Nombre, de las reolinas en los callejones en la procesión y en la plaza al final, de subastas de claveles en la noche del domingo, de los calentitos de Juana y Manolito que  con chocolate  te daban la vida después de una noche de juerga, de chiringuitos de palo, en corrales, cocheras y cercados, de Andrés el pastelero con su puesto, cesta y cartuchos de papel para las medias docenas y sus niños en el porche de Manolito el Juez y luego de Castillo, de la música de Carrión en el Rosario y la Procesión, de primeros amores, de primeros desengaños.
            Fiestas de Miguelito y su maletín de madera de largas tardes en la iglesia tapando problemas con la masilla del amor por Ella, de Macedonio, Chana,  Manolo y Josefita; de recoger todo cuando todos se han ido, del paso antiguo de madera y sus pañuelos como testigos mudos de una devoción, del paso retocado con purpurina porque era lo que había, de velás con conjuntos mejores y peores, de flamenco y cantes, de las romerías en viernes, de la terraza con bombillas de colores de la Gasolinera de Miguela, de los emigrantes que cada año venían de fuera y que disfrutaban aún más que los que no se fueron, de las palomitas de anís mañaneras, de Raimundo disfrazado entrando en la velá tocando los palillos y poniéndose el mundo por montera y asombrando a la chiquillería, de Rafael de Marcelo disfrutando dirigiendo la música desde que tengo uso de razón, de los pestiños de Reposo cuando la diana llegaba a su casa, del Rosario y las bengalas, del repique de campanas, del trabajo que nadie ve, de la rosa, del moñito y del florón de papel, del ruido de las calles vestidas cuando el viento solano agita las tiras en el silencio de la siesta, de Antonio el de Rita tomando el testigo de Macedonio para sorprendernos cada año con una nueva oración hecha ramo de flores.
Fiestas de aquel bar que montó D. José Palomas en la plaza, de Campanilleros en la entrada con la música de Huévar para despedirla hasta el año próximo, de horquetas llevadas por muchachas para no bajar los pasos al suelo, de dianas memorables el domingo por la mañana, del chiquillo del Villa con la tamborilla bailando “los pajaritos” una y otra vez esperando a los músicos, de aquellas procesiones a las siete y las ocho de la tarde con la luz del sol, de aquella avioneta que trajo Luardito para echar flores  a la salida a la Causa de Nuestra Alegría y al que nos anuncia a los cuatro vientos ¿quién cómo Dios?, de Hermanos Mayores que supieron tirar del carro antes que yo: Miguelito, mi tío Manolo, Cecilio, (junto a Manolo Romero y Juan Carmelo evitaron la ruptura de la tradición); Luardito y Monge. Antonio, Barberán y Juan abriendo el cortejo con el ¡pum! del cohete festero que nos anuncia el culto y la algarabía, de tómbola nueva con paño azul, de rifas y regalos que son ya parte de un rito, de Simpecado y paso nuevo conseguido con muchos sudores, de sábados de visita a las reuniones con el “recalmón” de la tarde, de Comisión de Festejos con Monge al frente tantos años (Eloy, Cabrera, Jesús, Tomás y Santito), del terreno nuevo de la romería, de álamos blancos para dar cobijo en la tarde más jubilosa, de entregas de romero, de colaboradores anónimos, de los que hacen que la romería sea posible cada año desinteresadamente.
            Fiestas del concurso de sevillanas en la plaza de la iglesia, del conjunto que probando, probando, se pasó toda la noche y al final no tocó, de la cervecita en la plaza el sábado antes de arreglarse y después del Rosario, de frigoríficos llenos que nos harán repetir el menú cuando todo haya pasado porque siempre se come fuera, de los partidos de fútbol el domingo por la tarde antes de la procesión, del concurso del tiro al plato, de las fotos de Manuel “El Burra” y del mudo de Paterna, del puesto de helados en la romería que Álvarez puso aquel año, del puesto de helados de la Chari y del Leo en la velá y de los cucuruchos dobles, del primer toro de fuego con la cabina del teléfono del Ayuntamiento llena a reventar como inesperado refugio ante lo desconocido , de bailar encima del porche al lado del conjunto antes de quitar la escalera y la piedra del molino, del arco que salió a arder en la plaza, del forastero que pasaba por allí y se quedaba hasta el final, de las madres atentas que lo tienen todo a punto cuando nadie – excepto ellas- tiene tiempo para nada, de Francisco Javier el de Conchita, José María, Juan Julio y José Carlos mandando al Arcángel por calles ansiosas de ver el balanceo de su peso y el arco de flores de talco sin el que no sería Él.
Fiestas del manto azul, y rojo y blanco, de juegos de manos mientras se abren papeletas, de los Morancos en la velá cuando eran tres, de la reolina que explotó en la cruz de los caídos, de aquella procesión que se iba a recoger antes de tiempo porque el Papa Pablo VI acababa de morir, de las reuniones y las charangas, de la mojá al calor de la siesta, de los payasos y castillos para niños, de las barquitas en el Cañito y en la puerta de Luz, del tiovivo del hombre con bigote que no tenía motor y que vivía en una caseta de lata pintada de verde con estrellas, de las cintas que cogían como nadie Jesús e Isabelo entre otros, de Carmelo en las carreras, de las piñatas y las carreras de sacos, de recoger las flores de los pasos el domingo tras la diana, de poner una caña a cada clavel con un alambre en la sacristía, de la misa de la Función el domingo por la mañana rendidos por el sueño y el cansancio, de los ensayos del coro, de los costaleros que ya están con Ella y siempre estaban, de los que se han hecho mayores bajo su divino peso, de los recién llegados , de mi padre Miguel; después Juan Carmelo y A. Manuel que  tomará el relevo; capataces entregados en el honor de llevarla por el pueblo, de colaboración municipal cada vez más consolidada y necesaria. De tantas personas y cosas que se me quedan en el tintero y que mi memoria avariciosa no me deja recordar y por las que pido perdón por si alguien se sintiera ofendido.
De todas estas pinceladas sale mi propia Fiesta. Nada que ver la que viví en la infancia, con la de mi juventud ni con la que vivo ahora en mi madurez. Cada cual tendrá la suya propia, estoy convencido. Pero por encima de todo, existe algo indudable: estos cincuenta años me han enseñado a ver que junto a la fiesta de la alegría por la compañía de los amigos y de la familia está también la de la tristeza del que se encuentra solo entre tanta gente, la de una ausencia irreparable. Frente a la fiesta de la bonanza y la abundancia existe una fiesta que convive con la escasez, la pobreza, de falta de recursos, el paro y del vivir día a día. Junto a la fiesta de la alegría por un nuevo miembro en la familia o en la reunión, está la marcada por la pérdida de un ser querido. Fiesta, en fin para lo bueno y para lo malo, puerta con puerta, casa con casa, vecino con vecino, hermano con hermano.
Desde la Hermandad hemos preparado estas celebraciones junto con nuestra Parroquia con todo el cariño del mundo para festejar que Ella, Nuestra Patrona, La Virgen del Buen Suceso, y que Él, Nuestro Patrón, San Miguel Arcángel, siguen siendo la piedra angular sobre la se mantiene y sobre la que gira la Fiesta de Castilleja del Campo. Que Ellos nos ayuden a encontrar la felicidad sin olvidar al que está solo relegado, enfermo, parado y sin esperanza. Celebremos el gozo del Buen Suceso de Jesús en Castilleja del Campo como sabemos hacerlo en nuestro pueblo. Contamos con vuestra colaboración. ¡Felicidades a todos por el medio siglo!
Costumbres y Tradiciones 007 
Castilleja del Campo, lunes 7 de mayo de 2012