jueves, 2 de enero de 2014

CASTILLEJA, TERRENO DE OLIVO Y VIÑA (1)

                              En la almazara de <<El Palacio>> 
BODEGAS, LAGARES Y ALMAZARAS
Por Juan C. Luque Varela, Cronista oficial de la Villa
Castilleja del Campo, que hunde sus raíces en el pueblo tartessos, la civilización romana y la cultura árabe, recibió de ellos un estilo de vida que basaba su economía en la agricultura, la ganadería y el pastoreo que perduró floreciente hasta bien entrado el segundo tercio del siglo XX.
La economía de nuestro pueblo era más que sostenible no solo por la explotación  agrícola, también por el  tejido industrial generado por la transformación   de las uvas y las aceitunas. De aquello solo queda, además de un recuerdo en la mente de algunos vecinos de más edad, dos o tres edificios totalmente desangelados y sin uso. Para comprender la importancia que la vid y el olivo tenía en la economía local  sobra  decir, que nuestro pueblo de tan corto vecindario, contaba con tres almazaras y seis bodegas, cinco de ellas con lagares propios, de estas seis, cuatro comercializaban sus caldos, las otras dos destinaban su producción para el consumo familiar y privado.
Sirvan los dos artículos que vamos a publicar para poner un poco de luz y descubrir la vida de aquellas almazaras, lagares y bodegas que existían en Castilleja del Campo. –Un pueblo  con un arrecife de viñedos rodeado por un mar de olivos-.

Almazaras  como  la del Marqués de Castilleja del Campo. Este gran molino  fue el primero en dejar paradas sus muelas, a causa  del reparto que sus  herederos hicieron de las propiedades del marquesado. El molino  de José María Cuevas Escobar que, una vez heredada por  sus hijos, se mantuvo en producción hasta 1966, donde, además de la cosecha familiar, se molían aceitunas de otros agricultores. Otra Almazara de cierta importancia era  la de <<El Palacio>>, propiedad del Condado de las  Atalayas que, al parecer, fue el último molino en molturar su extensa cosecha de aceitunas.
Ya que estamos en El Palacio  no pasaremos de largo sin hablar de su lagar y bodega, conocida como la bodega del Conde por pertenecer a los  herederos del Conde viudo de las Atalayas, una bodega familiar que destinaba su producción íntegramente al consumo privado. Este lagar transformó en vino por última vez  la cosecha de 1966.

Manuel Fernández Muñoz (Manolo talabartero) era el propietario de un importante lagar y bodega con botas madres para la crianza de sus caldos. Se hallaba  situado donde actualmente se levanta   la casa de doña Amparo Fernández Luque, (biznieta de Manolo). La importancia de su viticultura queda constatada por el hecho de mantener  varios empleos fijos durante todo el año, tanto para las labores de los viñedos en el campo, como el mantenimiento de la bodega. De ellos, su nieta Consuelito recuerda a Lutgardo Rodríguez, Antonio Borrego (huevero), Manuel (el tuerto) y el niño Juan (desde 1960 al cierre del lagar); además  del personal que se incorporaba para la temporada de la vendimia, la <<pisa>> y tratamiento del caldo, labor esta última que desempeñaba Diego (de Marcela) de Villalba del Alcor, un entendido en todo el proceso del vino, desde la fermentación a la crianza.
Las viñas y la bodega pasan en herencia a su nieta Consuelo Luque Fernández en 1962, ella y su esposo José Fernández del Río, continuaron con la explotación de la vid e incluso plantaron un nuevo viñedo, pero ya por aquellos años de mediados del siglo XX, la cerveza comenzó a desplazar los hábitos de consumo y los vinos entraron en decadencia. Esto, unido a que los clientes de sus caldos se retrasaban en los pagos, hizo que este  lagar echara definitivamente el cierre a principios  de los años 70. En su larga trayectoria fueron sus principales clientes: González Byass de Jerez y Medina Garvey de Pilas.


Victorio Luque Rodríguez pisaba una mediana cosecha de uvas procedentes de un  viñedo heredado de su padre Andrés y otro que aportó al matrimonio su esposa Gloria. La producción integra de su vino, que maduraba en bodega propia con botas  madres, una vez vendido el excedente en forma de mosto, sería consumido por una clientela fija. La bodega de Victorio, menos la temporada de la <<pisa>>,  convertía la sala del lagar en una taberna-bar que abría todas las tardes del año. 
Bodegas como la de Manuel Fernández y la de Victorio Luque, una vez finalizadas las labores de transformación y cuando todo el caldo se encontraba trasegado en botas, comenzaba la venta del excedente de mosto a los parroquianos por botellas y vasos en la misma bodega. Estos,  aprovechando el buen tiempo sacaban el vaso y la tertulia al apoyo de los barriles de la puerta, como queda ilustrado en la imagen.  El párroco en animada charla con dos vecinos y el bodeguero,  aprovechan el templado sol del medio día hasta que llegue el día de San Andrés porque, como dice el refrán, <<para San Andrés, el mosto vino es >>
En la próxima publicación conoceremos la vida del lagar y bodega <<El Mesoncillo>>, el lagar de la familia Luque Rodríguez y la bodega de Santos Rodríguez Fernández.

Historia 016. Castilleja del Campo, jueves 2 de enero de 2014