En la almazara de <<El Palacio>>
BODEGAS, LAGARES Y
ALMAZARAS
Por Juan C. Luque Varela, Cronista oficial
de la Villa
Castilleja
del Campo, que hunde sus raíces en el pueblo tartessos, la civilización romana
y la cultura árabe, recibió de ellos un estilo de vida que basaba su economía
en la agricultura, la ganadería y el pastoreo que perduró floreciente hasta
bien entrado el segundo tercio del siglo XX.
La
economía de nuestro pueblo era más que sostenible no solo por la
explotación agrícola, también por
el tejido industrial generado por la
transformación de las uvas y las
aceitunas. De aquello solo queda, además de un recuerdo en la mente de algunos
vecinos de más edad, dos o tres edificios totalmente desangelados y sin uso.
Para comprender la importancia que la vid y el olivo tenía en la economía
local sobra decir, que nuestro pueblo de tan corto vecindario,
contaba con tres almazaras y seis bodegas, cinco de ellas con lagares propios,
de estas seis, cuatro comercializaban sus caldos, las otras dos destinaban su
producción para el consumo familiar y privado.
Sirvan
los dos artículos que vamos a publicar para poner un poco de luz y descubrir la
vida de aquellas almazaras, lagares y bodegas que existían en Castilleja del
Campo. –Un pueblo con un arrecife de
viñedos rodeado por un mar de olivos-.
Almazaras como
la del Marqués de Castilleja del Campo. Este gran molino fue el primero en dejar paradas sus muelas, a
causa del reparto que sus herederos hicieron de las propiedades del
marquesado. El molino de José María
Cuevas Escobar que, una vez heredada por
sus hijos, se mantuvo en producción hasta 1966, donde, además de la
cosecha familiar, se molían aceitunas de otros agricultores. Otra Almazara de
cierta importancia era la de <<El
Palacio>>, propiedad del Condado de las Atalayas que, al parecer, fue el último molino
en molturar su extensa cosecha de aceitunas.
Ya
que estamos en El Palacio no pasaremos
de largo sin hablar de su lagar y bodega, conocida como la bodega del Conde por
pertenecer a los herederos del Conde viudo
de las Atalayas, una bodega familiar que destinaba su producción íntegramente
al consumo privado. Este lagar transformó en vino por última vez la cosecha de 1966.
Manuel
Fernández Muñoz (Manolo talabartero) era el propietario de un importante lagar
y bodega con botas madres para la crianza de sus caldos. Se hallaba situado donde actualmente se levanta la casa de doña Amparo Fernández Luque,
(biznieta de Manolo). La importancia de su viticultura queda constatada por el
hecho de mantener varios empleos fijos
durante todo el año, tanto para las labores de los viñedos en el campo, como el
mantenimiento de la bodega. De ellos, su nieta Consuelito recuerda a Lutgardo
Rodríguez, Antonio Borrego (huevero), Manuel (el tuerto) y el niño Juan (desde
1960 al cierre del lagar); además del
personal que se incorporaba para la temporada de la vendimia, la
<<pisa>> y tratamiento del caldo, labor esta última que desempeñaba
Diego (de Marcela) de Villalba del Alcor, un entendido en todo el proceso del
vino, desde la fermentación a la crianza.
Las
viñas y la bodega pasan en herencia a su nieta Consuelo Luque Fernández en
1962, ella y su esposo José Fernández del Río, continuaron con la explotación
de la vid e incluso plantaron un nuevo viñedo, pero ya por aquellos años de
mediados del siglo XX, la cerveza comenzó a desplazar los hábitos de consumo y
los vinos entraron en decadencia. Esto, unido a que los clientes de sus caldos
se retrasaban en los pagos, hizo que este
lagar echara definitivamente el cierre a principios de los años 70. En su larga trayectoria
fueron sus principales clientes: González Byass de Jerez y Medina Garvey de
Pilas.
Victorio
Luque Rodríguez pisaba una mediana cosecha de uvas procedentes de un viñedo heredado de su padre Andrés y otro que
aportó al matrimonio su esposa Gloria. La producción integra de su vino, que
maduraba en bodega propia con botas
madres, una vez vendido el excedente en forma de mosto, sería consumido
por una clientela fija. La bodega de Victorio, menos la temporada de la
<<pisa>>, convertía la sala
del lagar en una taberna-bar que abría todas las tardes del año.
Bodegas
como la de Manuel Fernández y la de Victorio Luque, una vez finalizadas las
labores de transformación y cuando todo el caldo se encontraba trasegado en
botas, comenzaba la venta del excedente de mosto a los parroquianos por
botellas y vasos en la misma bodega. Estos,
aprovechando el buen tiempo sacaban el vaso y la tertulia al apoyo de
los barriles de la puerta, como queda ilustrado en la imagen. El párroco en animada charla con dos vecinos
y el bodeguero, aprovechan el templado
sol del medio día hasta que llegue el día de San Andrés porque, como dice el
refrán, <<para San Andrés, el mosto vino es >>
En
la próxima publicación conoceremos la vida del lagar y bodega <<El
Mesoncillo>>, el lagar de la familia Luque Rodríguez y la bodega de Santos
Rodríguez Fernández.
Historia 016. Castilleja del Campo, jueves 2 de
enero de 2014