Los Carboneros
Por
Juan Carmelo Luque Varela, Cronista oficial de la Villa
Hasta
final del segundo tercio del pasado siglo XX prevalecieron no pocos usos y costumbres emprendidos por unas
personas víctimas de la escasez de lo básico
y otras por afición. Los más, aguzando una astucia que llegaba de la
inteligencia del estómago, vieron en la libertad del campo su tierra de
promisión, despensa de unas familias que solo tenían acceso a un temporero y
esporádico salario de hambre. En este marco, generador de desocupados espoleados por la necesidad, resurgió en el
hombre convencional las raíces recolectoras
y cazadoras de los primeros pobladores de estos lares y se las tuvieron que
ingeniar para sobrevivir. Aunque no descubrieron nada, puesto que esta era una
manera de sustento anterior a la agricultura
y a la civilización, recolectores y cazadores que tomaban de la
naturaleza lo que le ofrecía con muy poca o ninguna transformación. Así nació
una suerte de oficios, usos y menesteres
para llenar una página con su relación. De aquellos trajines de audaces
vamos a intentar recuperar algunos que se dieron en nuestra localidad como
fueron los carboneros, colmeneros, costilleros y otras labores artesanas.
El
boliche, como se conocía aquellos túmulos cónicos o triangulares que humeaban
por su vértice, era una figura común en nuestros campos tras la limpieza
arborícola. De allí salía el carbón vegetal, combustible básico con el que se
guisaba en nuestras cocinas y para los braseros que suavizaban aquellos
rigurosos y crudos inviernos. El carbonero era un personaje tiznado y
cotidiano, sobre todo en los días de invierno, que recorría las calles del
pueblo con su lacónico pregón: “Carbón y picón, el carbonero niña”. En nuestra
localidad el suministro de tan necesario combustible llegaba directamente al consumidor que lo adquiría en la misma
casa del productor o en la tienda de ultramarinos de Miguel Luque Romero
(Miguel de la tienda).
El
oficio era antiguo, duro y de técnica ancestral sin apenas cambios desde sus
remotos orígenes. Exigía pericia y dedicación, hay quienes decían que aquello
era como un parto que duraba medio mes. Quince días de jornadas completas
durante las cuales el carbonero no podía
apartarse del boliche ni de noche ni de día, a riesgo de perderlo todo
en un descuido. Tampoco estaban libres de riesgos. Se cuenta de carboneros que
perdieron parte de sus piernas en plena faena, por hundimiento del boliche bajo
sus pies descalzos mientras palpaban desde lo alto las palpitaciones del
ingenio.
Aparejar
el boliche era trabajo complicado y laborioso. Primero había que hacer la
recolección y proveerse de la madera necesaria, en muchos casos acarreada de
lugares alejados hasta el punto donde se amontonaría para formar la complicada
estructura. Primero se colocaban los troncos más gruesos para seguir con los de
menos entidad, para recubrirlo todo con hojarasca de eucalipto o álamos y, finalmente,
con tierra apelmazada. Una vez formado
el horno se le abría el tiro o salida en la parte superior y varias aberturas a
lo largo del perímetro de la pared que funcionaban como respiraderos y era el
mecanismo de control para la lentísima cocción de la madera.
Los
útiles que se necesitaban eran muy básicos. Hachas de diversos tamaños para
preparar la madera, el rastro, varios tipos de azadas, el “ro” para sacar el
carbón y el “atacador”, consistente en un palo de metro y medio con punta
afilada para horadar el boliche y gobernar la cocción. Una escalera con la que
acceder a la parte alta que aquella humeante pirámide y angarillas para el transporte,
primero de la madera, el agua y el carbón después.
Uno
de aquellos crudos inviernos de temporales, aguaceros y tormentas, el viento
del tiempo se llevó el último pregón de los carboneros del vecino pueblo de
Carrión: Venancio y José. Con ellos se fueron aquel oficio de necesidad
imperiosa, hoy felizmente erradicada. Al menos para la mayoría de la personas.
Hablando
de personas, en Castilleja del Campo tres fueron las que se dedicaron a este
oficio: Ildefonso Herrero (Benega), José Luque (de la rubia) y Eloy Delgado
Romero.
Costumbre
y tradiciones 038
Castilleja
del Campo, viernes 2 de septiembre de
2016