viernes, 2 de septiembre de 2016

USOS Y OFICIOS QUE DESAPARECIERON (1)


Los Carboneros
Por Juan Carmelo Luque Varela, Cronista oficial de la Villa
Hasta final del segundo tercio del pasado siglo XX prevalecieron no pocos  usos y costumbres emprendidos por unas personas  víctimas de la escasez de lo básico y otras por afición. Los más, aguzando una astucia que llegaba de la inteligencia del estómago, vieron en la libertad del campo su tierra de promisión, despensa de unas familias que solo tenían acceso a un temporero y esporádico salario de hambre. En este marco, generador de desocupados  espoleados por la necesidad, resurgió en el hombre convencional  las raíces recolectoras y cazadoras de los primeros pobladores de estos lares y se las tuvieron que ingeniar para sobrevivir. Aunque no descubrieron nada, puesto que esta era una manera de sustento anterior a la agricultura  y a la civilización, recolectores y cazadores que tomaban de la naturaleza lo que le ofrecía con muy poca o ninguna transformación. Así nació una suerte de oficios, usos y menesteres  para llenar una página con su relación. De aquellos trajines de audaces vamos a intentar recuperar algunos que se dieron en nuestra localidad como fueron los carboneros, colmeneros, costilleros y otras labores artesanas.
                                                            
El boliche, como se conocía aquellos túmulos cónicos o triangulares que humeaban por su vértice, era una figura común en nuestros campos tras la limpieza arborícola. De allí salía el carbón vegetal, combustible básico con el que se guisaba  en nuestras cocinas  y para los braseros que suavizaban aquellos rigurosos y crudos inviernos. El carbonero era un personaje tiznado y cotidiano, sobre todo en los días de invierno, que recorría las calles del pueblo con su lacónico pregón: “Carbón y picón, el carbonero niña”. En nuestra localidad el suministro de tan necesario combustible  llegaba directamente  al consumidor que lo adquiría en la misma casa del productor o en la tienda de ultramarinos de Miguel Luque Romero (Miguel de la tienda).

El oficio era antiguo, duro y de técnica ancestral sin apenas cambios desde sus remotos orígenes. Exigía pericia y dedicación, hay quienes decían que aquello era como un parto que duraba medio mes. Quince días de jornadas completas durante las cuales el carbonero no podía  apartarse del boliche ni de noche ni de día, a riesgo de perderlo todo en un descuido. Tampoco estaban libres de riesgos. Se cuenta de carboneros que perdieron parte de sus piernas en plena faena, por hundimiento del boliche bajo sus pies descalzos mientras palpaban desde lo alto las palpitaciones del ingenio.
Aparejar el boliche era trabajo complicado y laborioso. Primero había que hacer la recolección y proveerse de la madera necesaria, en muchos casos acarreada de lugares alejados hasta el punto donde se amontonaría para formar la complicada estructura. Primero se colocaban los troncos más gruesos para seguir con los de menos entidad, para recubrirlo todo con hojarasca de eucalipto o álamos y, finalmente, con  tierra apelmazada. Una vez formado el horno se le abría el tiro o salida en la parte superior y varias aberturas a lo largo del perímetro de la pared que funcionaban como respiraderos y era el mecanismo de control para la lentísima cocción de la madera.
Los útiles que se necesitaban eran muy básicos. Hachas de diversos tamaños para preparar la madera, el rastro, varios tipos de azadas, el “ro” para sacar el carbón y el “atacador”, consistente en un palo de metro y medio con punta afilada para horadar el boliche y gobernar la cocción. Una escalera con la que acceder a la parte alta que aquella humeante pirámide y angarillas para el transporte, primero de la madera, el agua y el carbón después.

Uno de aquellos crudos inviernos de temporales, aguaceros y tormentas, el viento del tiempo se llevó el último pregón de los carboneros del vecino pueblo de Carrión: Venancio y José. Con ellos se fueron aquel oficio de necesidad imperiosa, hoy felizmente erradicada. Al menos para la mayoría de la personas.
Hablando de personas, en Castilleja del Campo tres fueron las que se dedicaron a este oficio: Ildefonso Herrero (Benega), José Luque (de la rubia) y Eloy Delgado Romero. 

Costumbre y tradiciones 038
Castilleja del Campo, viernes 2 de septiembre  de 2016