El Casino de Anastasio
Por Juan Carmelo Luque Varela, Cronista oficial
de la Villa
Con
este artículo entraremos en los mal llamados <<Casinos>>, puesto
que ni eran sociedades privadas, ni en ellos estaba limitada la entrada y ni siquiera reservado el derecho de
admisión. El único parecido a un casino de sociedad estaba en los espacios
reservados para el juego de naipes con apuestas. Y en ello estamos, en recuperar la vida sin
prisas y la tertulia sosegada de una sociedad de mesas camilla y mostrador que se movía por aquellos
<<Casinos>> de Castilleja del Campo.
Francisco
Monge Pérez (Francisco el de la taberna) fue el anterior arrendatario del
establecimiento que posteriormente regentaría Anastasio Rufino Mauricio desde
1941. Con el nombre de <<Bar Alegría>> bautizó el nuevo propietario
aquel Casino que, como la Parroquia, se
encontraba en la plaza de la Iglesia. Su privilegiada situación le ayudaba, sin
necesidad de una estratégica campaña
publicitaria, para que los clientes les entrasen por la puerta o se acomodaran
en la amplia terraza que era la plaza. El milagro, en forma de clientes, venía
de la Iglesia. ¿Quién no se tomaba un cafelito después de aquellas tempraneras
misas dominicales? Mucho más si el parroquiano
(nunca mejor dicho) era de comunión, que por
el obligado ayuno, acompañaría el café con una torta de aceite o una de
aquellas <<bolacha>> y una copita de anís para suavizar el tránsito. No solo eran rentables los domingos y fiestas
de guardar, también las bodas, bautizos y comuniones, sin olvidarnos de aquellos
paisanos que en su última despedida pasaban, con todo su acompañamiento, por la
alegría del Casino. Hasta un
entierro era fuente de ingresos.
El
primer cuerpo del edifico, un amplio salón con varios veladores y algunas mesas
camilla, era sala de lectura del periódico diario, universidad popular donde
fluían las palabras en distendida tertulia y auditorio de las noticias
radiofónicas y las crónicas de futbol del trianero Juan Tribuna. Porque el
receptor de radio era un elemento necesario en todos los casinos y otros bares,
como el Philips de válvulas de Anastasio, que destacaba sobre un velador junto
al quicio derecho que dividía el primer portal. Todo lo más que pudiese alterar
el rimo de aquella armonía llegaba del patio, pero el aterciopelado rodar sobre
el tapete del villar y el suave
entrechocar de las bolas, no hacía más que amplificar la pacífica ausencia de bulla y ruidos del exterior. Aquello era
cultura popular, la misma que hoy se queda fuera por los nuevos tiempos de la
prisa, como si fuese la hija espuria de la gran madre del conocimiento.
Después,
por aquellos años, llegó el televisor en
blanco y negro que, instalándose en sitio preferente, elevado y protegido en un
mueble de madera, cambió la fisonomía del espacio para dejar sitio a las
hileras de sillas como si de un cine se tratara. Una TVE enmarcada en el
contexto político del franquismo que cambiaron costumbres y aumentaron los clientes
en los bares. Entre los pocos programas, el más visto, porque de su temática
dependía en gran parte la economía del pueblo, era <<El tiempo> y su
conductor Don Mariano Medina. Series como <<El Fugitivo, Furia, La perra
Lassie, Historias para no dormir y Perry Mason>>; los programas
infantiles y el famoso programa musical de los domingos <<Escala en
Hi.Fi>>, hicieron que los más jóvenes comenzaran a frecuentar unos
establecimientos que, hasta el presente, estaban vetados para ellos.
Más adentro dos reservados para los asiduos a
los naipes y, en el pasillo que comunicaba los diferentes portales del casino, la
barra con una cafetera de dos brazos suministrada con el agua de un cántaro mediante una bomba manual. Todo
era entonces más
lento, como las campanadas del reloj de la torre que dejaban un segundo de son
hasta la siguiente, como copiando la música de la anterior para no alarmar al
transeúnte, mientras marcaba el tiempo del almanaque del pueblo. El Casino de
Anastasio, que así era conocido, por más que se preocupó de rotular la pared
con el nombre de Bar Alegría, destaco por la fama de sus tapas. Mientras que en
otras tabernas y la bodega de Victorio (que trataremos en otro artículo),
raramente pasaban de las aceitunas aliñás y alguna conserva, en casa de
Anastasio se podía degustar tapas de
cocina. Su esposa, Manuela Gómez Luque, elaborada una corta pero exquisita
variedad de tapas de elaboración casera, y entre ellas, la más demandada eran
los sabrosos revoltillos.
Un
buen día de mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo XX,
Anastasio clausuró su bar y levanto el vuelo con su familia en busca de otros
vientos, como tantas temporadas había visto hacer a sus vecinas las
cigüeñas de la torre, dejando aquí a sus
clientes sin la <<Alegría>>
de aquel Casino del mismo nombre.
Historia 019. Castilleja del Campo, viernes 7 de
marzo de 2014