viernes, 7 de marzo de 2014

LA PALABRA EN UNA VIDA SIN PRISAS (1)

El Casino de Anastasio

Por Juan Carmelo Luque Varela, Cronista oficial de la Villa
Con este artículo entraremos en los mal llamados <<Casinos>>, puesto que ni eran sociedades privadas, ni en ellos estaba limitada la entrada  y ni siquiera reservado el derecho de admisión. El único parecido a un casino de sociedad estaba en los espacios reservados para el juego de naipes con apuestas. Y  en ello estamos, en recuperar la vida sin prisas y la tertulia sosegada de una sociedad de mesas camilla y mostrador que se movía por aquellos <<Casinos>> de Castilleja del Campo.

Francisco Monge Pérez (Francisco el de la taberna) fue el anterior arrendatario del establecimiento que posteriormente regentaría Anastasio Rufino Mauricio desde 1941. Con el nombre de <<Bar Alegría>> bautizó el nuevo propietario aquel Casino que,  como la Parroquia, se encontraba en la plaza de la Iglesia. Su privilegiada situación le ayudaba, sin necesidad de una  estratégica campaña publicitaria, para que los clientes les entrasen por la puerta o se acomodaran en la amplia terraza que era la plaza. El milagro, en forma de clientes, venía de la Iglesia. ¿Quién no se tomaba un cafelito después de aquellas tempraneras misas dominicales? Mucho más  si el parroquiano (nunca mejor dicho) era de comunión, que por  el obligado ayuno, acompañaría el café con una torta de aceite o una de aquellas <<bolacha>> y una copita de anís para suavizar el tránsito.  No solo eran rentables los domingos y fiestas de guardar, también las bodas, bautizos y comuniones, sin olvidarnos de aquellos paisanos que en su última despedida pasaban, con todo su acompañamiento, por la alegría del  Casino. Hasta un entierro  era  fuente de ingresos.  
El primer cuerpo del edifico, un amplio salón con varios veladores y algunas mesas camilla, era sala de lectura del periódico diario, universidad popular donde fluían las palabras en distendida tertulia y auditorio de las noticias radiofónicas y las crónicas de futbol del trianero Juan Tribuna. Porque el receptor de radio era un elemento necesario en todos los casinos y otros bares, como el Philips de válvulas de Anastasio, que destacaba sobre un velador junto al quicio derecho que dividía el primer portal. Todo lo más que pudiese alterar el rimo de aquella armonía llegaba del patio, pero el aterciopelado rodar sobre el tapete del  villar y el suave entrechocar de las  bolas,  no hacía más que amplificar la pacífica   ausencia de  bulla y ruidos del exterior. Aquello era cultura popular, la misma que hoy se queda fuera por los nuevos tiempos de la prisa, como si fuese la hija espuria de la gran madre del conocimiento.


Después, por aquellos años, llegó el  televisor en blanco y negro que, instalándose en sitio preferente, elevado y protegido en un mueble de madera, cambió la fisonomía del espacio para dejar sitio a las hileras de sillas como si de un cine se tratara. Una TVE enmarcada en el contexto político del franquismo que cambiaron costumbres y aumentaron los clientes en los bares. Entre los pocos programas, el más visto, porque de su temática dependía en gran parte la economía del pueblo, era <<El tiempo> y su conductor Don Mariano Medina. Series como <<El Fugitivo, Furia, La perra Lassie, Historias para no dormir y Perry Mason>>; los programas infantiles y el famoso programa musical de los domingos <<Escala en Hi.Fi>>, hicieron que los más jóvenes comenzaran a frecuentar unos establecimientos que, hasta el presente, estaban vetados para ellos.
 Más adentro dos reservados para los asiduos a los naipes y, en el pasillo que comunicaba los diferentes portales del casino, la barra con una  cafetera de dos brazos  suministrada con el  agua de un cántaro mediante una bomba manual. Todo era entonces más lento, como las campanadas del reloj de la torre que dejaban un segundo de son hasta la siguiente, como copiando la música de la anterior para no alarmar al transeúnte, mientras marcaba el tiempo del almanaque del pueblo. El Casino de Anastasio, que así era conocido, por más que se preocupó de rotular la pared con el nombre de Bar Alegría, destaco por la fama de sus tapas. Mientras que en otras tabernas y la bodega de Victorio (que trataremos en otro artículo), raramente pasaban de las aceitunas aliñás y alguna conserva, en casa de Anastasio se podía degustar  tapas de cocina. Su esposa, Manuela Gómez Luque, elaborada una corta pero exquisita variedad de tapas de elaboración casera, y entre ellas, la más demandada eran los sabrosos revoltillos.
Un buen día de mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo XX, Anastasio clausuró su bar y levanto el vuelo con su familia en busca de otros vientos, como tantas temporadas había visto hacer a sus vecinas las cigüeñas  de la torre, dejando aquí a sus clientes  sin la <<Alegría>> de aquel Casino del mismo nombre.

Historia 019. Castilleja del Campo, viernes 7 de marzo de 2014