miércoles, 12 de marzo de 2014

LA PALABRA EN UNA VIDA SIN PRISAS (y2)

                     Foto procedente de Facebook
El Casino de Lucas
Por Juan Carmelo Luque Varela, Cronista oficial de la Villa
Aunque la memoria no alcance para acercarnos al incomparable olor de aquel café, si llegamos a recordar la imagen por donde se movían los personajes asiduos de aquellos establecimientos de café, vinos y licores, como rezaban en sus fachadas -por todos conocidos como  casinos-, que echaron la tranca a sus puertas antes de 1970. Dos hombres, tres a lo  sumo, degustando el café de maquinilla y el aguardiente antes de la peonada y, al caer la tarde, la pitarra  en compañía y tertulia donde la palabra y el campo eran los protagonistas.

En 1948, Lucas Rebollo Medel comenzó a regentar otro de los llamados casinos,  de los dos que prestaban sus servicios en la parte más alta del pueblo. Este, con  anterioridad y hasta 1946, fue regentado por Aurelio Monge Escobar (el Telo), donde Antonio Mauricio Guerrero (el rubio de la sevillana), ejercía de camarero. El que fue conocido como <<Casino de Lucas>>, localizado al final de la calle Buen Suceso, era uno de esos establecimientos con una clientela tan fija y asidua que rozaba la familiaridad, porque si su dueño necesitaba ausentarse por algún momento, en cualquiera de aquellos confiaría la custodia del negocio. Como en sus amigos los hermanos Eliseo y Félix García, Casildo Escobar y José María Fernández (el niño guapo) que, como llegaba  primero, metía en el pozo el vino, los tomates y la lechuga para cuando llegaran los demás prepararlos con sal. Estos siempre ocupaban el velador situado a la izquierda de la barra.
La distribución  interior del casino se componía de un salón  donde estaba la barra (conocida como el mostrador), con una habitación a cada lado y, en el semisótano, otra sala más pequeña con un futbolín y un  espacio para almacén. La habitación que  daba al corral del pozo, era la principal y estaba  reservada para las partidas de cartas. La otra, situada a la derecha de la barra, dedicada para los juegos de mesa, especialmente el dominó. En el salón dos mesas de camillas frente al mostrador y, a ambos lados de este, algunos veladores. Cada cliente tenía su sitio preferido y siempre respetados por los demás. La mesa  de la derecha se formaba con Tomás Varela, Francisco Reinoso, Pepe Zarco, Hilario Luque, Diego Luque López (Diego de Olvido), Manuel Fernández (Manolo el talabartero) y Juan Monge (Juan pico). En la camilla de la izquierda, don Juan el médico, don Felipe el cura, su hermano Pepe, Pepe Cabello y Antonio el capataz. Cada uno en su silla y ocupando siempre el mismo sitio. Había clientes  con manías, como los tenían su propio vaso, plato y la cucharilla del café.

                          Foto procedente de Facebook
Pero la idiosincrasia de estos establecimientos estaba en la tertulia de unas personas que, sentadas en un velador y sin prisas, desgranaban la palabra frente al lento ritual de ver caer, de la tacilla al vaso, aquel café de maquinilla. En una estancia se jugaba al dominó y  otros conversaban sobre el ritmo de la naturaleza o cerraban un trato, sin precipitar nada que tuviera cumplida su hora, ni más temprano, ni más tarde, todo tenía su justo tiempo en el tiempo. Imágenes que se quedaron fijadas en la memoria, como el cisco picón, la alhucema y los rostros de quienes ya no se sientan alrededor de aquella mesa donde, bajo sus ropas de camilla, continúa refugiada la historia y el frio.  Mientras tanto, del reservado llegaban algunas palabras sueltas, interjecciones y el golpe sobre el tapete. ¡Arrastro!  Descubriendo, tras la cerrada puerta, una partida de cartas con envite de hombres de palabras. Partidas de julepe con el cura don Felipe y su hermano José Rodríguez, el médico don Juan, Hilario Luque el secretario, el carnicero Eliseo García,  el electricista Gervasio Luque,  Casildo Escobar y Juan pico, entre otros. Partidas que en muchos casos se prolongaban hasta altas horas de la noche, obligando a Lucas a mantener abierto el casino.
Los dos casinos coincidían con unos elementos comunes y totalmente necesarios. Los braseros de cisco, que se encendían en las  tardes de inviernos para conseguir un ambiente cálido y agradable bajo la ropa de camilla de las mesas. Los quinqués de petróleo, repartidos estratégicamente por la estancia, la barra y los reservados, ponían la  luz a los frecuentes cortes  del fluido eléctrico; sobre todo en invierno. Otros eran la radio de cretona, las sillas de anea, los búcaros y la cal en las paredes.    
Tras el mostrador, Lucas Rebollo repartía  palabras -siempre la palabra- y sonrisas entre los paisanos, a la vez que servía vasos del jugo de nuestra tierra de viñas  acompañados de pescado frito y conservas de caballas, anchoas y mejillones. Una tapa especial era el exquisito gurumelo, solo en temporada, que le llegaba de Villanueva de las Cruces, su pueblo. También se preocupaba de tener siempre unas botellas de <<Tío Pepe y fino La Ina>> expresamente reservadas para unos clientes muy especiales para él, aquellos que ataban sus caballos en sendas argollas que para tal caso colgaban de la fachada del establecimiento, los hermanos <<Algabeños>>.


 Mientras tanto, dos pájaros de perdiz desgranaban su lento y relajante canto piñonero desde sus jaulones de cañas animando una tertulia taurina, con alguna que otra discrepancia sobre el torero y el toro,  como la que mantenían Francisco Reinoso, Tomás Varela y Pepe Zarco, un hombre de cuidada indumentaria, desde el sombrero de ala ancha, la impecable raya del pantalón y un calzado siempre lustroso. Tertulias y palabras, con otras palabras, viendo pasar la vida como un rio de miel. Y así llegaban de los campos: sin prisas, solo palabras y risas. Una pacifica armonía que se rompía por el seco golpe de la bola de aquel futbolín donde cuatro jóvenes redimían un interesante partido. El sonido del juego ascendía bruscamente desde el semisótano haciendo que el asiduo lector del diario, distrayendo por enésima vez sus ojos de la lectura, clamara: ¡Niños! ¿Cuántas bolas os quedan aún para terminar esa partida? Una estancia a la que se accedía por un amplio arco de medio punto rebajado cuyos hombros descansaba en dos poyetes,  donde sendos búcaros, sobre platos de loza blanca, flanqueaban los cuatro o seis peldaños que descendía a la misma. Allí, en la parte alta de la ventana que aportaba luz del exterior, colocaron aquella otra ventana  por donde entraban  imágenes del mundo nunca vistas, como el Festival de Eurovisión donde España participó por primera vez en 1961 representada por la cantante Conchita Bautista.
Lucas Rebollo, que en los últimos años contó con la ayuda de su hijo Juan Lucas, el vecino José Luis Luque y Diego Moreno, cerró el Casino en 1970. Un  bar  que en su intento de seguir con vida se dejó abrir por Suceso Luque Romero, solo fue  una efímera experiencia  para morir definitivamente. Así desaparecieron para siempre los llamados casinos: el de Lucas y el de Anastasio, arrastrando con ellos las tertulias, las palabras y una cultura popular de mesas de camilla.

-Para poner luz a los artículos sobre los casinos de Anastasio Rufino y Lucas Rebollo, se ha contado con la información aportada por los hijos de ambos, José Francisco Rufino y Juan Lucas Rebollo. Desde esta ventana pública, El Cronista de la Villa agradece la colaboración que ambos han prestado en beneficio de la historia reciente de Castilleja del Campo-.

Historia 019. Castilleja del Campo, miércoles 12 de marzo de 2014